America Bonita (3)

Tercera Parte

Y el cuento continúa…

En cuanto crucé la frontera supe que no pertenecía. Mi color de piel, mi ropa, mi acento. El único problema era que Bolivia todavía estaba muy lejos, recién me había bajado del avión y estaba en San Salvador de Jujuy.

Así me sentí todo el tiempo. Mirando todo como turista. Lo más raro es que esa sensación suelo tenerla en Buenos Aires todo el tiempo, aunque por distintas razones. No soy de aquí… ni soy de allá…

Ya en Bolivia, con el correr de los días, la piel, cansada de sufrir sola los dolores del alma, hizo que mi cuerpo por completo se revelara. No es tan loco pensar que como teleniña recién salidita de mi confortable trampa de pánico, una sobredosis de latinidad tuviera sus severos efectos secundarios.

En un momento necesité volver. No sólo mentalmente a lo que conocía, sino físicamente. Olores, sabores, ruidos conocidos. Lloré. Lloré mucho. Creo que esa culpa de la que escribí el otro día, esa culpa que llevamos dentro (y de la que deberíamos ser más conscientes) me lastimaba. Quería volver, pero me sentía culpable por no querer estar ahí.

Miraba alrededor y amaba profundamente todo, más que la mayoría de las cosas que me rodean acá. Lo juro. Pero aún así, quería volver.

La vuelta a Jujuy se hizo más difícil de lo que pensaba. Horas internada en el desierto, caminos cerrados por inundaciones, paradas inexplicables de los choferes, y miles de vueltas, me dejaron unos días después en un pequeño pueblo. Tupiza.

Mi primer baño en cinco días. Fue como volver a nacer (aunque, no sé por qué, se me hace que los partos no son lo más limpio del mundo…). En fin sentí volver un poco en mí.

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