America Bonita (4)

Cuarta Parte

Dónde quedamos? Ah! Ya sé, acababa de salir de la ducha…

Un dato no menor: los días que me sentí mal en el desierto no pude leer el libro. No creo en las coincidencias.

Recuerdo como pasó todo esa última noche en Bolivia. Me cambié para salir a cenar y lo vi entre mis cosas. Lo tomé prestado, en esta oportunidad no tan segura como la primera.

Creo que fue mi singular manera de pedirle disculpas a esas naciones de las que huía despavorida. Algo así como reconocer su dolor, pero desde lejitos (limpita y cobijada) como hacemos los niños bien.

La culpa de esa retirada sin honores del campo de batalla me persigue. Supongo que encontré la manera de aligerarla: este relato. La víctima elegida por la suerte que me permite expiar mis pecados. Lo lamento, la decisión no depende de mí. Igual, una ventaja de nacer de este lado de la frontera es que siempre nos queda la alternativa celestial de “SUPRIMIR” todo lo que no nos gusta.

De vuelta en Tupiza.

Esa noche no pude conciliar el sueño. Más cómoda que lo que podía desear, no dejaba de dar vueltas en la cama. Prendí la tele -un a(ene)migo que nunca nos abandona.

El pueblo boliviano estaba debatiendo la reforma constitucional. Muchas cosas que había presenciado, entre sueños de alturas, cobraban sentido de repente en las discusiones que se daban en distintos programas periodísticos. Pintadas callejeras, saludos partidarios de compañeros de lucha, comentarios y demás episodios, fueron ordenándose en mi mente como un rompecabezas. Había estado rodeada todo el tiempo de personas que desde mi soberbia capitalina creí sumisa y obediente, y que en realidad estaba en plena rebelión contra un sistema que los oprime hace cientos de años.

Todo tuvo sentido. Un pueblo acostumbrado a bajar la cabeza, a hablar despacito, en dialectos, con arte, con esfuerzo, con sudor, no puede rebelarse sino en los mismos términos. Los marxistas grandilocuentes para darnos cuenta del estado de las cosas hubiéramos preferido marchas multitudinarias, gritos, pancartas, comunicados, paros generales, asambleas. Ellos hacen huelgas de hambre, peregrinaciones, murales, se saludan al cruzarse en los caminos levantando el puño izquierdo y agachando la mirada. Se conocen, la piel los identifica. No esperan, caminan, pero su andar es lento y sigiloso, como el que conoce la tierra cual si fuera su propio hijo.

Esa noche fue más larga de lo que esperaba.


Dejo por hoy. Ojalá se pueda apreciar, en negro sobre blanco, todos los colores emocionales por los que fui transitando. Lo único que sé, es que agradezco poder compartir esta mochila.

America Bonita (3)

Tercera Parte

Y el cuento continúa…

En cuanto crucé la frontera supe que no pertenecía. Mi color de piel, mi ropa, mi acento. El único problema era que Bolivia todavía estaba muy lejos, recién me había bajado del avión y estaba en San Salvador de Jujuy.

Así me sentí todo el tiempo. Mirando todo como turista. Lo más raro es que esa sensación suelo tenerla en Buenos Aires todo el tiempo, aunque por distintas razones. No soy de aquí… ni soy de allá…

Ya en Bolivia, con el correr de los días, la piel, cansada de sufrir sola los dolores del alma, hizo que mi cuerpo por completo se revelara. No es tan loco pensar que como teleniña recién salidita de mi confortable trampa de pánico, una sobredosis de latinidad tuviera sus severos efectos secundarios.

En un momento necesité volver. No sólo mentalmente a lo que conocía, sino físicamente. Olores, sabores, ruidos conocidos. Lloré. Lloré mucho. Creo que esa culpa de la que escribí el otro día, esa culpa que llevamos dentro (y de la que deberíamos ser más conscientes) me lastimaba. Quería volver, pero me sentía culpable por no querer estar ahí.

Miraba alrededor y amaba profundamente todo, más que la mayoría de las cosas que me rodean acá. Lo juro. Pero aún así, quería volver.

La vuelta a Jujuy se hizo más difícil de lo que pensaba. Horas internada en el desierto, caminos cerrados por inundaciones, paradas inexplicables de los choferes, y miles de vueltas, me dejaron unos días después en un pequeño pueblo. Tupiza.

Mi primer baño en cinco días. Fue como volver a nacer (aunque, no sé por qué, se me hace que los partos no son lo más limpio del mundo…). En fin sentí volver un poco en mí.

America Bonita (2)

Segunda Parte

Patas arriba. Un libro, un mundo.

Tuve la grandiosa experiencia de leerlo en mi breve estadía en Bolivia. Lo tomé prestado de la biblioteca de un amigo. Intuía lo que me esperaba y estaba dispuesta a enfrentarlo. Todo mi viaje estuvo planeado en esos términos. Necesitaba acordarme (o quizá incluso descubrir) quién era y de dónde venía.

Una vez en el terreno cada palabra fue cobrando forma al levantar la vista. Ni pensar lo que pesaba la mochila al final del día. Durante las horas que durara mi jornada, recogía incansable (con culpa de más de 500 años), miradas desviadas al encontrarse con la mía, disculpas con forma de perdones, sonrisas nerviosas por complacerme, palabras en Aymara que mi lengua madre no permitía comprender (así como tampoco mi excelso inglés británico), manos cuarteadas, olores que mi cuerpo rechazaba con repulsión, injusticias de las que sólo podía ser espectadora, machismos reproducidos hasta el hartazgo, y más y más dolores ajenos que iba apropiándome.

Las hojas pasaban de largo frente a mis ojos, y diminutas (a veces bastante más grandes) alfileres se me iban clavando bajo la piel. Blanca.

Colectivos que desbordaban personas, dolores cayendo como gotas de transpiración, llantos contenidos, ojos sumisos, hombres cansados, mujeres olvidadas, niños dormidos en las espaldas de sus madres, viejos sin descanso, vidas sin dignidad.

Esta historia continuará…

América Bonita

Primera Parte.

Suelo recomendar y, cuando el bolsillo me lo permite, regalar libros. Es una manía que acuñé en los últimos años de mi vida, que esta semana, dicho sea de paso, cumple un año más de existencia sobre la faz de esta piedra.

A veces, la recomendación, se orienta según los intereses del interlocutor, aquellas cosas que ya ha leído, estilos compartidos, lugares comunes. En otras, la receta prescribe una dosis de realidad para comprender lo que nos rodea.

Como todos, o al menos los aficionados a la lectura, creo que no puedo decidir cuál es mi escritor favorito, no porque no haya gente brillante, todo lo contrario, abundan! Cada uno con su estilo, sus historias, sus intereses, sus colores.

Siento que cualquier enumeración puede ser de lo más injusta, sesgada, y poco justificada… sin embargo, me siento muy tentada a nombrar algunas de las personas que me ayudaron (y aún lo hacen) a transitar por este maravilloso mundo que es, sin duda, el de las palabras.

Liliana Bodoc, sí quería empezar con una mujer, pero ella sola se ha ganado ese primer lugar, porque las historias siempre empiezan a colores. Milan Kundera, a quien le debo la compañía en largas noches de insomnio. Jorge Accame, un hombre simple y maravilloso. Juan Sasturain, argentino de pura cepa. Benedetti, el amor encarnado en un ser humano. Cortázar, por darme los besos más románticos en negro sobre blanco. José Pablo, sí no podía faltar, con su literatura histórica, real, dura y crítica. Alejandra, o como la llaman los que saben de esto, Pizarnik, esa joven que adoleció la vida hasta el último minuto. Uy… cuántos quedarán en el camino… vaya uno a saber…

Pero bueno, el cuento es otro, lo que convoca es nuestro amado (y cuándo no, odiado) continente latinoamericano. Y para eso, sólo uno, él.

Eduardo Galeano nació de los ríos, del olor de hombres y mujeres de estos pagos, de la tierra sembrada y de la sonrisa (y lágrimas) de los niños de este continente. Quien mejor que él para contarnos su historia, su dolor.

La ventana que nos abre a sus recovecos, misterios y silencios, nos acerca a nosotros mismos, a nuestra historia, a nuestro pasado, a lo que olvidamos y a lo que debemos empezar a recordar. Nos conecta, nos une.

De la lectura de “Las venas abiertas de América Latina” y “Patas arriba” surge lo que sigue… los invito a acompañarme.

Conocimiento y aprendizaje

La velocidad nos ayuda a apurar los tragos amargos.
Pero esto no significa que siempre debamos ser veloces.
En los buenos momentos de la vida, más bien conviene demorarse.
Tal parece que para vivir sabiamente hay que tener más de una velocidad.
Premura en lo que molesta, lentitud en lo que es placentero.
Entre las cosas que parecen acelerarse figura -inexplicablemente- la adquisición de conocimientos.
En los últimos años han aparecido en nuestro medio numerosos institutos y establecimientos que enseñan cosas con toda rapidez:
….Haga el bachillerato en 6 meses,
Vuélvase perito mercantil en 3 semanas,
Avívese de golpe en 5 días,
Alcance el doctorado en 10 minutos…..
Quizá se supriman algunos… detalles.
¿Qué detalles?
Desconfío.
Yo he pasado 7 años de mi vida en la escuela primaria, 5 en el colegio secundario y 4 en la universidad.
A pesar de que he malgastado algunas horas tirando tinteros al aire, fumando en el baño o haciendo rimas chuscas.
Y no creo que ningún genio recorra en un ratito el camino que a mí me llevó decenios.
El origen
¿Por qué florecen estos apurones educativos?
Quizá por el ansia de recompensa inmediata que tiene la gente.
A nadie le gusta esperar.
Todos quieren cosechar, aún sin haber sembrado.
Es una lamentable característica que viene acompañando a los hombres desde hace milenios.
A causa de este sentimiento algunos se hacen chorros.
Otros abandonan la ingeniería para levantar quiniela.
Otros se resisten a leer las historietas que continúan en el próximo número.
Por esta misma ansiedad es que tienen éxito las novelas cortas, los teleteatros unitarios, los copetines al paso, las señoritas livianas, los concursos de cantores, los libros condensados, las máquinas de tejer, las licuadoras y en general, todo aquello que ahorre la espera y nos permita recibir mucho entregando poco.
Todos nosotros habremos conocido un número prodigioso de sujetos que quisieran ser ingenieros, pero no soportan las funciones trigonométricas.
O que se mueren por tocar la guitarra, pero no están dispuestos a perder un segundo en el solfeo.
O que le hubiera encantado leer a Dostoievsky, pero les parecen muy extensos sus libros.
Lo que en realidad quieren estos sujetos es disfrutar de los beneficios de cada una de esas actividades, sin pagar nada a cambio.
Quieren el prestigio y la guita que ganan los ingenieros, sin pasar por las fatigas del estudio.
Quieren sorprender a sus amigos tocando Desde el Alma sin conocer la escala de si menor.
Quieren darse aires de conocedores de literatura rusa sin haber abierto jamás un libro.
Tales actitudes no deben ser alentadas, me parece.
Y sin embargo eso es precisamente lo que hacen los anuncios de los cursos acelerados de cualquier cosa.
Emprenda una carrera corta. Triunfe rápidamente.
Gane mucho vento sin esfuerzo ninguno.
No me gusta.
No me gusta que se fomente el deseo de obtener mucho entregando poco.
Y menos me gusta que se deje caer la idea de que el conocimiento es algo tedioso y poco deseable.
¡No señores: aprender es hermoso y lleva la vida entera!
El que verdaderamente tiene vocación de guitarrista jamás preguntará en cuanto tiempo alcanzará a acompañar la zamba de Vargas.
Nunca termina uno de aprender, reza un viejo y amable lugar común. Y es cierto, caballeros, es cierto.
Los cursos que no se dictan
Aquí conviene puntualizar algunas excepciones.
No todas las disciplinas son de aprendizaje grato, y en alguna de ellas valdría la pena una aceleración.
Hay cosas que deberían aprenderse en un instante.
El olvido, sin ir más lejos.
He conocido señores que han penado durante largos años tratando de olvidar a damas de poca monta (es un decir).
Y he visto a muchos doctos varones darse a la bebida por culpa de señoritas que no valían ni el precio del primer Campari.
Para esta gente sería bueno dictar cursos de olvido. Olvide hoy, pague mañana.
Así terminaríamos con tanta canalla inolvidable que anda dando vueltas por el alma de la buena gente.
Otro curso muy indicado sería el de humildad.
Habitualmente se necesitan largas décadas de desengaños, frustraciones y fracasos para que un señor soberbio entienda que no es tan pícaro como él supone.
Todos -el soberbio y sus víctimas- podrían ahorrarse centenares de episodios insoportables con un buen sistema de humillación instantánea.
Hay -además- cursos acelerados que tienen una efectividad probada a lo largo de los siglos.
Tal es el caso de los Sistemas para enseñar lo que es bueno, A respetar, quién es uno, etc.
Todos estos cursos comienzan con la frase -Yo te voy a enseñar y terminan con un castañazo.
Son rápidos, efectivos y terminantes.
Elogio de la ignorancia
Las carreras cortas y los cursillos que hemos venido denostando a lo largo de este opúsculo tienen su utilidad, no lo niego.
Todos sabemos que hay muchos que han perdido el tren de la ilustración y no por negligencia.
Todos tienen derecho a recuperar el tiempo perdido.
Y la ignorancia es demasiado castigo para quienes tenían que laburar mientras uno estudiaba.
Pero los otros, los buscadores de éxito fácil y rápido, no merecen la preocupación de nadie.
Todo tiene su costo y el que no quiere afrontarlo es un garronero de la vida.
De manera que aquel que no se sienta con ánimo de vivir la maravillosa aventura de aprender, es mejor que no aprenda.
Propongo
Yo propongo a todos los amantes sinceros del conocimiento el
establecimiento de cursos prolongadísimos, con anuncios en todos los
periódicos y en las estaciones del subterráneo.
“Aprenda a tocar la flauta en 100 años”.
“Aprenda a vivir durante toda la vida”.
“Aprenda. No le prometemos nada, ni el éxito, ni la felicidad,
ni el dinero. Ni siquiera la sabiduría.
Tan solo los deliciosos sobresaltos del aprendizaje”.

Por Alejandro Dolina


Gracias cumpa... llegó en el momento justo. Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje.