Las palabras y las cosas...

¿De dónde salen las palabras? Digo, en algún lugar deben estar todas juntas, acordando mutuamente el orden en el que saldrán a escena.

Imagino reuniones de consorcio interminables, en las que todos los vecinos del edificio Lenguaje resuelven sus discusiones, muchas veces, a las trompadas y con cartas documento.

Pienso cuando vienen a la boca mil palabras y, ellas solitas, deciden organizarse para salir al ruedo. Muchas veces usando la mente como un GPS para desandar el camino. Otras, tomando las rutas más impensadas para terminar perdiéndose por pagos desolados.

Repaso discusiones en las que, reprimidas por el deber ser, se fueron golpeadas y ensangrentadas a morir en un intenso dolor de cabeza o malestar estomacal.

Recuerdo las despedidas en las que se quedaron atoradas por un corte de ruta en medio de la garganta, y brotaron húmedas por los ojos, en silencio.

Tantas hojas en blanco, sobre las que lucharon a muerte. O exámenes en las que, tímidas, no quisieron salir.


Hace poco, fui a conseguir palabras. Lo hago seguido (aunque no tanto como me gustaría). Las busqué en un libro prestado (de paso aprovecho, y agradezco al dueño). Me sorprendió saber que así como las palabras nos usan para materializarse, lo mismo hacen con nosotros, las decisiones.

El autor usado por esas palabras contaba que son, las decisiones, las que nos toman y nos hacen hacer. Cuando creemos ser los que decidimos, ellas ya lo hicieron por nosotros. Las decisiones son previas a quienes las ponen en práctica. Y estos últimos, son sus víctimas, sus instrumentos de materialización.

Las palabras son igual de ruines.

Creemos dominarlas. Manejarlas a antojo. Las muy zorras simulan ser sumisas la mayoría del tiempo, y de esa manera logran que bajemos la guardia. Hasta que un día cualquiera, sin previo aviso, en las situaciones en las que debería reinar nuestra voluntad, se sublevan mostrando lo que de verdad son capaces de hacer.

Pensemos en los furcios. Que el inconsciente, que nuestros verdaderos deseos, que la mar en coche… ¡Vamos a mí no me engañan! ¡Son las palabras haciendo de las suyas!

O cuando en medio de una discusión, la temperatura sube, la mente se rinde frente a la impenetrable muralla que es el otro, y ¡zas! En lugar de llamarlo a la reflexión, pensar juntos cómo resolver el problema, incluso encontrar la forma de ser fieles a nuestros sentimientos respecto de la otra persona… las palabras doblan la apuesta y se despachan con barbaridades que ni la mente ni el corazón aprueban.

Si lo sabremos…

Por todo esto y por mucho más, sé que las palabras poseen el don de la belleza y la sensibilidad. Pero me esfuerzo por estar alerta, ya que también, tienen la capacidad infinita del daño.

Lo dicho no puede borrarse. Es mentira que a las palabras se las lleva el viento.

Las palabras salen de nosotros siempre, para habitar en otros. Y que así sea, es nuestra manera de ser parte de los que nos rodean.

Es este espacio, el transporte que eligieron, las que vivían en mí, para encontrarte.

2 comentarios:

  1. "las palabras doblan la apuesta y se despachan con barbaridades que ni la mente ni el corazón aprueban."
    Calculo que todos pasamos por estas palabras y volvimos sentir la vergüenza que inmediatamente después de desenojarnos sentimos.

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  2. Las palabras escriben desde la experiencia.

    Ellas no lo saben, pero yo desearía con todo mi cuerpo que así no fuera.

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