Esperando que el viento
doble tus ramas
que el nivel de las aguas
llegue a tu arena
esperando que el cielo
forme tu barro
y que a tus pies la tierra
se mueve sola
pueblo
estás quieto
cómo
no sabes
cómo no sabes
todavía
que eres el viento
la marca
que eres la lluvia
el terremoto.
Gracias Mario, te extraño, mucho.
GOLPES
Un presagio se fija
en una rama sorda.
Hay que llorar para dormir.
La presencia de límites
hiere al corazón.
Miles de cosas adulteran
la garza escrita en la pared
de aquellos que se queman.
El dolor entra en exteriores
de sí mismo, su instante
perdió la luz y los nervios
pensantes se acuestan
en lo que ama como padre.
Son novedades extrañas,
no hay Dios por exceso de Dios.
En palabras sin habla
el amor se refugia, dialoga
con lo no visto ni tratado.
Son las costumbres de la infancia.
Un tironeo atrás atrasa
el primer signo del espanto.
Te veo en una mesa con manteles
que puso la noche y escalones
que suben al vino. Ahí se queda
el ánima purgada, las
preguntas que no se quieren ir,
sin piedad, sin horario.
Gracias Juan.
Concuerdo contigo, la presencia de límites hiere al corazón.
Voces
Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo.
Tú crees que me matas. Yo creo que te suicidas.
Si no levantas los ojos, creerás que eres el punto más alto.
Eramos yo y el mar. Y el mar estaba solo y solo yo.
Uno de los dos faltaba.
Cuando me hiciste otro, te dejé conmigo.
A veces hallo tan grande a la miseria que temo necesitar de ella.
Hay caídos que no se levantan para no volver a caer.
Casi siempre es el miedo de ser nosotros
lo que nos lleva delante del espejo.
Las cadenas que más nos encadenan
son las cadenas que hemos roto.
Comencé mi comedia siendo yo su único actor
y la termino siendo yo su único espectador.
Gracias, Porchia. Se te extraña.
Tú crees que me matas. Yo creo que te suicidas.
Si no levantas los ojos, creerás que eres el punto más alto.
Eramos yo y el mar. Y el mar estaba solo y solo yo.
Uno de los dos faltaba.
Cuando me hiciste otro, te dejé conmigo.
A veces hallo tan grande a la miseria que temo necesitar de ella.
Hay caídos que no se levantan para no volver a caer.
Casi siempre es el miedo de ser nosotros
lo que nos lleva delante del espejo.
Las cadenas que más nos encadenan
son las cadenas que hemos roto.
Comencé mi comedia siendo yo su único actor
y la termino siendo yo su único espectador.
Gracias, Porchia. Se te extraña.
Para Arturo, el Dinosaurio.
Probablemente en su pueblo se les recordará
como cachorros de buenas personas,
que hurtaban flores para regalar a su mamá
y daban de comer a las palomas.
Probablemente que todo eso debe ser verdad,
aunque es más turbio cómo y de qué manera
llegaron esos individuos a ser lo que son
ni a quién sirven cuando alzan las banderas.
Hombres de paja que usan la colonia y el honor
para ocultar oscuras intenciones:
tienen doble vida, son sicarios del mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad,
viajan de incógnito en autos blindados
a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad,
a colgar en las escuelas su retrato.
Se gastan más de lo que tienen en coleccionar
espías, listas negras y arsenales;
resulta bochornoso verles fanfarronear
a ver quién es el que la tiene más grande.
Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz,
juegan con cosas que no tienen repuesto
y la culpa es del otro si algo les sale mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Y como quien en la cosa, nada tiene que perder.
Pulsan la alarma y rompen las promesas
y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer
nos ponen la pistola en la cabeza.
Se agarran de los pelos, pero para no ensuciar
van a cagar a casa de otra gente
y experimentan nuevos métodos de masacrar,
sofisticados y a la vez convincentes.
No conocen ni a su padre cuando pierden el control,
ni recuerdan que en el mundo hay niños.
Nos niegan a todos el pan y la sal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Pero, eso sí, los sicarios no pierden ocasión
de declarar públicamente su empeño
en propiciar un diálogo de franca distensión
que les permita hallar un marco previo
que garantice unas premisas mínimas
que faciliten crear los resortes
que impulsen un punto de partida sólido y capaz
de este a oeste y de sur a norte,
donde establecer las bases de un tratado de amistad
que contribuya a poner los cimientos
de una plataforma donde edificar
un hermoso futuro de amor y paz.
Tienen doble vida, son sicarios del mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Gracias Joan Manuel.
Dedicado al Dinosaurio Arturo, de visita en NUESTRAS tierras. Esperamos sinceramente que no hayas encontrado ninguna razón para volver.
como cachorros de buenas personas,
que hurtaban flores para regalar a su mamá
y daban de comer a las palomas.
Probablemente que todo eso debe ser verdad,
aunque es más turbio cómo y de qué manera
llegaron esos individuos a ser lo que son
ni a quién sirven cuando alzan las banderas.
Hombres de paja que usan la colonia y el honor
para ocultar oscuras intenciones:
tienen doble vida, son sicarios del mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad,
viajan de incógnito en autos blindados
a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad,
a colgar en las escuelas su retrato.
Se gastan más de lo que tienen en coleccionar
espías, listas negras y arsenales;
resulta bochornoso verles fanfarronear
a ver quién es el que la tiene más grande.
Se arman hasta los dientes en el nombre de la paz,
juegan con cosas que no tienen repuesto
y la culpa es del otro si algo les sale mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Y como quien en la cosa, nada tiene que perder.
Pulsan la alarma y rompen las promesas
y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer
nos ponen la pistola en la cabeza.
Se agarran de los pelos, pero para no ensuciar
van a cagar a casa de otra gente
y experimentan nuevos métodos de masacrar,
sofisticados y a la vez convincentes.
No conocen ni a su padre cuando pierden el control,
ni recuerdan que en el mundo hay niños.
Nos niegan a todos el pan y la sal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Pero, eso sí, los sicarios no pierden ocasión
de declarar públicamente su empeño
en propiciar un diálogo de franca distensión
que les permita hallar un marco previo
que garantice unas premisas mínimas
que faciliten crear los resortes
que impulsen un punto de partida sólido y capaz
de este a oeste y de sur a norte,
donde establecer las bases de un tratado de amistad
que contribuya a poner los cimientos
de una plataforma donde edificar
un hermoso futuro de amor y paz.
Tienen doble vida, son sicarios del mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
Gracias Joan Manuel.
Dedicado al Dinosaurio Arturo, de visita en NUESTRAS tierras. Esperamos sinceramente que no hayas encontrado ninguna razón para volver.
La Otredad que Nos amenaza
Esta ciudad, monstruosa, despiadada e irascible, construye murallas alrededor “nuestro” que nos presentan al Otro como un ser de proveniente de infra-mundos, merecedor de nuestro más sincero pavor, repulsión y odio. Mezcla mortal, disfrazada muchas veces de soberbia, lástima y falsa preocupación.
¿Qué culpa expían aquellos de nacieron “fuera”? ¿“Fuera” de qué? “Fuera” de un “Nosotros”, ¿construido por quiénes y para qué?
El discurso nos orienta, nos guía y, muchas veces, nos determina. Son los “excluidos”, los que viven “fuera”, los que quieren entrar. La pregunta, que más de una vez ocupó mi mente, es ¿adónde?
Supongo que cuando el discurso se desarrolla en esos términos, hablamos de posibilidades, aquellos que las tenemos, somos “incluidos” y los que no, “excluidos”. Pero ¿quién dibuja la raya?
El límite entre Nosotros y los Otros, pareciera venir a estar “dado”, lo naturalizamos. A simple vista podemos diferenciarnos. No siempre es el color de piel, aunque muchas veces es un síntoma que nos previene. A veces es la ropa o las zapatillas que vestimos, la música que escuchamos, los barrios donde vivimos, la forma en la que hablamos, los lugares donde veraneamos, etc., etc., etc. Las diferencias saltan a la vista (cuando no, al olfato).
Y nuevamente la pregunta, ¿quién decide de qué lado estás?
¿Son nuestros padres, por lo mucho que se esforzaron para darnos lo que tenemos? ¿Es que los suyos no trabajaron hasta el cansancio también? Gente inteligente (o que al menos yo considero que lo es) me ha propuesto más de una vez esta salida, como explicación de la desigualdad. El voluntarismo. Todo termina reduciéndose a su falta de voluntad, de ganas, de esfuerzo. ¿Será que solamente yo, puedo verlos caminar calles y calles, arrastrando carros, que los exceden en peso varias veces, para ganarse las pocas monedas con las que deberán hacer milagros, o, pasarse horas, miles de ellas, parados en las esquinas limpiando autos que nunca se permitirán siquiera soñar propios, o deambular revolviendo nuestras migajas de excesos para cubrir sus mínimas necesidades? ¿Será que no sueñan con más? ¿Será que hasta eso les falta, sueños?
Este discurso es el más actualizado, el más aterrador y al que hoy quisiera plantearle, al menos, algunas de mis dudas.
Los que sostienen este absurdo del voluntarismo, del “esfuercismo” parten, a mi entender, de una premisa errada: igualdad. Lamento comunicarles que no lo somos, a las pruebas me remito.
Donde no hay tendido de agua potable, gas, luz, ni teléfono,
donde los pisos (de afuera y de adentro) son de barro,
donde los techos son de chapa y las casas, habitaciones,
donde la basura (la suya como residuos y la nuestra como mercadería) es parte del paisaje,
donde si llueve no es bendición sino maldición,
donde el frío es el peor enemigo de chicos y grandes, y el calor el mejor amigo de las enfermedades,
donde la piel se llaga por no lavarse a diario,
donde el calzado es un lujo que no todos pueden darse,
donde se vive y muere sin haber conocido otros mundos,
donde la esperanza de vida deja de llamarse así para reducirse a la mitad,
donde es respetado el que sabe leer y escribir tanto, o menos, que el que porta el arma más grande,
donde comer no está dado, sino que es milagro cada vez,
donde los niños nacen grandes y los grandes son viejos,
donde las mujeres son cosas y los hombres, violencia,
donde el sexo no es placer sino sometimiento,
donde un hijo no es alegría sino un hábito,
donde la justicia, la educación o la salud tienen prohibida la entrada,
donde todos son culpables del pecado original: la vida;
allí nacen a diario, miles de niños que no son iguales a los nuestros.
¿Es que no los vemos? ¿Será que las murallas que construimos con el discurso nos exoneran de la culpa que tenemos con cada uno de ellos? ¿Será que el odio que sienten por nosotros y lo nuestro, nos permite odiarlos con la misma intensidad?
¿Cuánto tiempo más podremos sostener esta línea virtual? ¿Cuánto falta para que entren por lo que es, también, suyo?
Cada vez son más los de fuera, pero cuando el afuera es más grande que el adentro, las cosas, ¿no se invierten? ¿No pasamos “Nosotros” a ser “los Otros”?
¿Qué culpa expían aquellos de nacieron “fuera”? ¿“Fuera” de qué? “Fuera” de un “Nosotros”, ¿construido por quiénes y para qué?
El discurso nos orienta, nos guía y, muchas veces, nos determina. Son los “excluidos”, los que viven “fuera”, los que quieren entrar. La pregunta, que más de una vez ocupó mi mente, es ¿adónde?
Supongo que cuando el discurso se desarrolla en esos términos, hablamos de posibilidades, aquellos que las tenemos, somos “incluidos” y los que no, “excluidos”. Pero ¿quién dibuja la raya?
El límite entre Nosotros y los Otros, pareciera venir a estar “dado”, lo naturalizamos. A simple vista podemos diferenciarnos. No siempre es el color de piel, aunque muchas veces es un síntoma que nos previene. A veces es la ropa o las zapatillas que vestimos, la música que escuchamos, los barrios donde vivimos, la forma en la que hablamos, los lugares donde veraneamos, etc., etc., etc. Las diferencias saltan a la vista (cuando no, al olfato).
Y nuevamente la pregunta, ¿quién decide de qué lado estás?
¿Son nuestros padres, por lo mucho que se esforzaron para darnos lo que tenemos? ¿Es que los suyos no trabajaron hasta el cansancio también? Gente inteligente (o que al menos yo considero que lo es) me ha propuesto más de una vez esta salida, como explicación de la desigualdad. El voluntarismo. Todo termina reduciéndose a su falta de voluntad, de ganas, de esfuerzo. ¿Será que solamente yo, puedo verlos caminar calles y calles, arrastrando carros, que los exceden en peso varias veces, para ganarse las pocas monedas con las que deberán hacer milagros, o, pasarse horas, miles de ellas, parados en las esquinas limpiando autos que nunca se permitirán siquiera soñar propios, o deambular revolviendo nuestras migajas de excesos para cubrir sus mínimas necesidades? ¿Será que no sueñan con más? ¿Será que hasta eso les falta, sueños?
Este discurso es el más actualizado, el más aterrador y al que hoy quisiera plantearle, al menos, algunas de mis dudas.
Los que sostienen este absurdo del voluntarismo, del “esfuercismo” parten, a mi entender, de una premisa errada: igualdad. Lamento comunicarles que no lo somos, a las pruebas me remito.
Donde no hay tendido de agua potable, gas, luz, ni teléfono,
donde los pisos (de afuera y de adentro) son de barro,
donde los techos son de chapa y las casas, habitaciones,
donde la basura (la suya como residuos y la nuestra como mercadería) es parte del paisaje,
donde si llueve no es bendición sino maldición,
donde el frío es el peor enemigo de chicos y grandes, y el calor el mejor amigo de las enfermedades,
donde la piel se llaga por no lavarse a diario,
donde el calzado es un lujo que no todos pueden darse,
donde se vive y muere sin haber conocido otros mundos,
donde la esperanza de vida deja de llamarse así para reducirse a la mitad,
donde es respetado el que sabe leer y escribir tanto, o menos, que el que porta el arma más grande,
donde comer no está dado, sino que es milagro cada vez,
donde los niños nacen grandes y los grandes son viejos,
donde las mujeres son cosas y los hombres, violencia,
donde el sexo no es placer sino sometimiento,
donde un hijo no es alegría sino un hábito,
donde la justicia, la educación o la salud tienen prohibida la entrada,
donde todos son culpables del pecado original: la vida;
allí nacen a diario, miles de niños que no son iguales a los nuestros.
¿Es que no los vemos? ¿Será que las murallas que construimos con el discurso nos exoneran de la culpa que tenemos con cada uno de ellos? ¿Será que el odio que sienten por nosotros y lo nuestro, nos permite odiarlos con la misma intensidad?
¿Cuánto tiempo más podremos sostener esta línea virtual? ¿Cuánto falta para que entren por lo que es, también, suyo?
Cada vez son más los de fuera, pero cuando el afuera es más grande que el adentro, las cosas, ¿no se invierten? ¿No pasamos “Nosotros” a ser “los Otros”?
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